lunes, 19 de mayo de 2008

A propósito de los cambios propuestos al Escudo Nacional




No cabe duda que lo que pareció un argumento ridículo que se oponía en primera instancia al llamamiento a la consulta popular para la instauración de una Asamblea Constituyente con plenos poderes, incluida la capacidad de modificar los símbolos patrios, se ha convertido en una realidad sumamente polémica que, aunque muchos cataloguen de tema “sin importancia” está claro que refleja las profundas problemáticas en cuanto a la constitución e interpretación de la identidad nacional a la luz de una nueva correlación de fuerzas políticas y dentro de un contexto globalizado.

Tal problemática, efectivamente, está dentro de lo que Arenas define como la “valorización global de las identidades particulares”. Ante la irrupción de las influencias mundiales del capitalismo gracias a la tecnología “sobre todo” de la telecomunicación el mundo asiste a una situación de interconexión global donde Arenas citando a Ortiz, dice que la globalización rompe con los límites nacionales borrando las fronteras entre lo interno y lo externo. No obstante al mismo tiempo que nos homogeneizamos según Fernando Del Val (1993) se ha exacerbado en el mundo la “dinámica autoidentificadora”, que se expresa en el estallido sincronizado de nacionalismos y en la revitalización de algunas etnias. Esto expresa de algún modo la necesidad existencial de los seres humanos de identificarnos y afirmarnos localmente con lo que ha sido nuestro.



Según Nelly Arenas (Globalización e identidad latinoamericana) el concepto de identidad está ligado históricamente a la aparición de los Estados nacionales, disueltos los soportes del Ancien Régime. El nacionalismo se convirtió desde fines del siglo XVIII, en una forma moderna de identidad colectiva, si seguimos las ideas de Habermas. Además cada unidad nacional produjo, con miras a cohesionar con sentido particularista su población, símbolos, culto a próceres, fiestas patrias, etc., al tiempo que se establecían idiomas nacionales en sustitución de los regionales. En esta dinámica se inserta la producción de los estándares del Estado nación, como la bandera, el escudo el himno, referentes que originalmente surgieron de la lógica de las milicias pero que paulatinamente quiso identificar a la población con el proyecto de nación autónomo y soberano, que brindase mejores condiciones a un pueblo con una larga tradición de desigualdad exclusión y maltrato por parte de las fuerzas colonialistas. Las elites de los polos urbanos desarrollados, no obstante, no necesariamente compartían las mismas aspiraciones que el pueblo sino que preveían la dominación de tierras en las que se creía, tenían más derecho que los usurpadores españoles, a pesar de que sus referentes culturales se incrustaban más en la tradición europea que en las propias prácticas y costumbres locales.




De ahí surge, después de una pugna histórica de algunas variables de escudos y banderas, la supuesta convergencia del actual escudo nacional que gracias a la acción de la asamblea, vuelve a entrar en debate. La correlación de fuerzas es singular en la historia del país y por primera vez se puede poner en crisis no solamente desde la academia sino desde la palestra política aquellos símbolos que arbitrariamente fueron impuestos como referentes identitarios del Ecuador. Sin embargo ahora mismo se habla de que luego de más de 100 años, cambiar aquellos referentes podría constituir un atentado contra la idea de nación unitaria, que se atenta contra la identidad enclavada en la memoria colectiva gracias a los sistemas de educación de repetición y represión que enseñan a memorizar con regla en mano y mediante repeticiones, el himno nacional.

Pero por otro lado, tampoco se trata de hacer un escudo más representativo sino de discutir las verdaderas implicaciones de la identidad popular que sobrepasa evidentemente a los referentes de la "nación", la cual se sigue proponiendo como el último bastión mediante el cual las fuerzas de un mercado global irracional homogeneizador y estandarizador podría ser detenidas de alguna manera. Creo que como dice Arenas una de las alternativas, tratadas de manera responsable debiera ser este concepto de otredad, concepto que proyecta, si se quiere cierta diferencia entre las dinámicas societales y los imaginarios nacionales que descansan precisamente en su movimiento y en las posibilidades de repensar el papel de la identidad y la cultura en la organización de sus estructuras político-administrativas.

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