jueves, 10 de abril de 2008

Mestizaje e Identidad Cultural



Recuerdo que un amigo filósofo decía que nosotros no somos más que materializaciones de algunas ideas. Este planteamiento platónico podría tener algún sentido fuera de la teología, si consideramos que la posibilidad de la construcción de la identidad individual está mediada y en gran cantidad de casos determinada, por algunos referentes éticos, políticos, y culturales, que producen nuestro aparecimiento y nuestra experiencia en el mundo.



Somos lo que comemos, en sentido real y figurado, pues como seres vivos e inteligentes además de la satisfacción de las necesidades corporales, debemos satisfacer necesidades mentales, o para decirlo con exactiud, la satisfacción de las necesidades corporales está mediada por un conjunto de dispositivos que presuponen ciertas capacidades intelectivas que deben ser adquiridas y que se complejizan en la medida en que la sociedad se complejiza.



El primer aspecto que salta cuando preguntamos por nuestra identidad es que somos mestizos. Ni blancos ni negros, ni rojos ni amarillos. Como mestizos nos ubicamos en el borde. Poseemos una serie de referentes tanto de la influencia de una cultura como de otra. El factor racial pierde peso en sociedades cada vez más integradas a la órbita globalizadora, pero hasta hace poco e incluso en la actualidad, todavía el factor racial determina una serie de clasificaciones subordinaciones, hegemonías y exclusiones. Si bien, insisto, la raza pierde peso en la categorización cultural, la asociación de pertenencia a uno u otro grupo étnico propone la posibilidad o imposibilidad de asimilación a la lógica de interconexión mundial que encuentra en el estadio de la globalización política y el neoliberalismo económico, su estructura acabada. Este sistema mundial necesita ciertamente un ciudadano mundial, cosmopolita (aunque el término no es el correcto) cuyo referente esté anclado en la virtualidad tecnológica y el acceso al capital transnacional. No es tan importante saber si el dispositivo de la industria cultural nace ante la necesidad de un ciudadano global o si la cultura mundializada surge a partir de las representaciones del ciudadano (global), lo importante es saber que la cultura global se impone como nueva prioridad colectiva aun cuando no logre eliminar los sustratos de vida histórica particular, ni los conflictos sociales irresolutos en el proyecto iluminista y colonizador de occidente.



Las identidades que surgen en este esquema ya no están definidas por patrones de pertenencia sino de desterritorialización y de ruptura con las tradiciones y códigos culturales locales. La identidad más bien está regida sobre los imaginarios del poder, de subordinación o hegemonía en la estructura mundial del capital. De ahí que las identidades globales importen poco, y aparezcan como “tolerables” aunque sean profundamente ambivalentes e inconsecuentes. Identidades que surgieron precisamente en un mestizaje en una conjunción, en una hibridación. ¡Perfecto!, debemos ser tolerantes con todos, porque somos la evidencia de que la pureza no existe. Sin embargo, cuando se habla así del mestizaje (usándolo para legitimar la tolerancia y la democracia de la cultura global), se olvida que el mestizaje en muchos casos fue producto del colonialismo, de la imposición, de la voluntad de aniquilamieto de las culturas subyugadas al poder. El mestizo no es la conjunción equilibrada de dos culturas, es un engendro que aniquila o aniquiló las raíces socio históricas de la territorialidad que le dio la vida, reemplazándolas con la promesa romántica de referentes que nunca poseyó o poseerá. Nadie puede salvar al mestizo de su propia tragedia interna, despojado de su identidad sólo es un trozo de vida moldeable al antojo de los mass-media y del capital y la cultura global. El mestizo es tibio y maleable, inseguro y falto de proyección tanto individual como política. De ahí el hecho de que su aparente inclinación a la relación con el otro (al que supuestamente entiende mejor que ninguno) devenga en la realidad, en la intolerancia y en el solipsismo. Es que alguien que no tiene que compartir no es susceptible de relacionamientos, quien no puede dar algo de sí, no existe. Si esto es cierto, el intercambio cultural paulatinamente irá cayendo en la mediocridad (funcional a la industria cultural del capital), pues hay más posibilidad de diálogo fructífero, tolerante y comunitario, entre quienes respetando su historia y su razón social de ser pueden respetar la historia y la razón de ser de los otros.

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