viernes, 22 de febrero de 2008

Marginalidad y exclusión



¿Acaso podría ser bueno ser excluido o marginado? Ya lo decía Marx; “la primera lucha es economicista”, es la lucha por los recursos que aseguran la supervivencia, y en su realización completa, libra al hombre de la prisión del trabajo enajenado. En otras palabras, la primera lucha es la lucha contra la marginalidad y la exclusión, que el sistema capitalista necesariamente produce a causa de su lógica interna; la lógica del negocio. Desde luego, habría como ahondar en esta situación sin mucho esfuerzo, pues este tema gana cada vez más teóricos innatos y practicantes acérrimos que conocen de cerca la pulsión fundamental del negocio, esto es la ganancia.

Una buena ganancia; es lo que los beatos/as piden a Dios al levantarse en las mañanas alzando sus brazos al cielo; es lo que los ateos/as esperan frotándose dúctilmente las manos mientras están convencidos que al fin y al cabo el sistema vale mierda y que hay que sobrevivir de alguna manera; es lo que hacen cotidianamente los realistas; es en lo que sueñan los idealistas; es para alcanzarla por lo que se preparan los jóvenes; es para administrarla por lo que hay tantísimos burócratas y políticos (burócratas potenciales); y en fin, es para producirla por lo que existen tantos excluidos y marginados.

Todos, absolutamente “todos somos asnos cargados”, en este caso, con el peso de la elevada conciencia comercial, el sutil instinto negociante y la ilustrada doctrina mercantil. Ahora hay que saber venderse si no se quiere ser excluido; uno ya no es (si algún día alguien lo fue), un ser humano digno y respetable en sí. Uno es un producto tácito a ser ofertado, así lo dicen los manuales del buen vendedor.



Pero olvidémonos por un momento de todas esas tonterías; lo clave, la quinta esencia y sustento último de todo este enredo se llama “Libertad”. Y quien se atreve a poner en tela de juicio a la libertad, sin pasar por ser un reaccionario de última, un fascista o un estalinista retrógrado, un conservador, o como se quiera, un estúpido. Por la bendita libertad cuanta gente habrá muerto, cuanta gente habrá sufrido estoicamente la cruz de la marginalidad y ha dejado sembrado el ejemplo ingrato de luchar por la libertad solo por la dignidad de la lucha, y ahora que después de tanta sangre y tanta pena lo hemos conseguido, estamos comparativamente igual o incluso peor que antes. A pesar de lo anterior, la libertad no ha llegado a todos, el imperio se esmera por hacer llegar la libertad a todos lo rincones del globo, ya sea con programas de ayuda o con misiles (se entiende que las balas fueron superadas), con sus filmes y su moda; da lo mismo, porque la libertad debe ser el patrimonio de la humanidad.



Ahora bien, yo decía que la libertad, la bendita libertad es lo que ha permitido que ahora la paz reine entre nosotros, que la razón sea utilizada coherentemente –redituablemente- y que la vida de los hombres ya no sea desperdiciada en absurdas luchas por la apropiación de la propiedad. Pero en este punto sería bueno preguntarle al albañil quinceañero, o al senil labrador desarropado, o al indio que vende el trabajo de medio año a un dólar por costal, o a la empleada doméstica, o al vendedor de tarjetas de celular, o al niño que tira limones en la calle, o al recogedor de basura, o al jardinero, o a las putas, o a los choros, o al vendedor de bolos, si creen que la libertad es patrimonio de la humanidad, si la libertad que les permite vender su fuerza de trabajo es justa, si la libertad les hace seres menos excluidos y marginados.

Ya lo decía Marx “la primera lucha es la lucha economicista”, el hombre concreto, no se puede sustraer a ella, necesita comer, vestir, jugar, amar, y en una palabra existir. La postura que todos asumimos con respecto a la libertad de obtener ganancia esta determinada por las carencias que sufrimos o que vemos sufrir. Sin embargo, mientras unos pocos hacen de la ganancia una práctica casi mística (no hay mejor cosa que saber hacer plata, -para ponerlo en términos burdos-), la mayoría hacen de la ganancia el progresivo deterioro de su propia vida. Y esto último por una sencilla razón; se perenniza el libre sistema de explotación y contradicción, y además, se agudiza progresivamente la marginalidad y la exclusión.

Es por todo eso que nos atrevemos a decir que la libertad tal como la conocemos, es una prisión sin barrotes, que encarcela cualquier intento de apropiación organizada de los medios colectivos de subsistencia (justo lo que se necesita).



La verdadera revolución no es más que la orientación en la producción y apropiación de los bienes de una sociedad, o un segmento de ella, hacia el ideal de la “ayuda mutua”; el cambio de paradigma de la lógica de la ganancia hacia la lógica de la reciprocidad; el cambio de la religiosidad moral hacia la soberanía individual; el cambio de concepción de la revolución absoluta a lo que Bakunin llamaba la “reacción que se oculta tras las apariencias de la revolución”.

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