jueves, 7 de febrero de 2008

Patrimonio Cultural: El nuevo feudo del neoliberalismo


Fotografía: Michael Simon http://msimonphoto.com

“El 1 de diciembre de 1999, la UNESCO declaró al Centro Histórico de Cuenca como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Esta Declaratoria es de fundamental importancia para las cuencanas y cuencanos, pues debe acrecentarse la conciencia de que vivimos en un espacio físico pródigo de belleza y valores culturales, en el que se han forjado obras que nos distinguen de otros pueblos, nos dan identidad y deben conservarse para el bienestar de todos los habitantes del planeta. Desde esta perspectiva, conviene desarrollar el concepto de que el Centro Histórico de nuestra ciudad no es algo que nos pertenece tan sólo a nosotros sino que, en tanto es un bien auténtico y excepcional, dadas sus características culturales, es de propiedad de todos nuestros congéneres en el mundo en el que vivimos, al igual que cualquier otro lugar o sitio que ha sido declarado en esta condición” . (Tomado de la página oficial del Municipio de Cuenca: www.cuenca.gov.ec)



¡Quitémonos la venda! La declaratoria patrimonial no está precautelando la identidad ni la historicidad de Cuenca. La política municipal abre las puertas a la promesa modernizadora, idea proveniente seguramente de las influencias televisivas de la industria cultural hollywoodense al más puro estilo de quien no tiene estilo. La enajenación se toma las instituciones culturales que entienden la intervención en los espacios públicos como el proceso de tuneación de un carro.

El concepto de intervención tiene al menos dos variantes: o se interviene restaurando o se interviene reconstruyendo. Restaurar significa preservar lo que había y proyectarlo al futuro, mientras que reconstruir implica demoler para volver a hacer. Evidentemente en este segundo escenario nada se conserva, sólo el vértigo y la vacía fascinación por lo nuevo, o lo que es lo mismo, la pulsión fundamental del neoliberalismo.

La generación de espacios funcionales al consumismo no debe ser una cosa de la cual debamos necesariamente regocijarnos, más aún cuando los efectos colaterales de la ola consumista se manifiesta en la homogeneización de los hábitos y las prácticas culturales y la consiguiente pérdida de los valores tradicionales. Enorgullecerse de que Cuenca esté dentro de la órbita globalizadora al tiempo que se descuida aquello que la hace única es una barbaridad, pero es verdaderamente indecente que instituciones que surgieron a partir de la declaratoria patrimonial no tengan idea de cual debe ser la línea de proyección de sus intervenciones, lo que demuestra un analfabetismo cultural y una falta de compromiso social y político en la preservación de la identidad, el tesoro más grande que, desafortunadamente, también se ha puesto a la venta.

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